Play Land por Anita Gracía
El juego es una actividad simbólica.
En la muestra Play Land de Walterio Iraheta es, además, una escenificación de
la cultura misma.
Los juguetes aparecen como
artificios para disimular paradojas, relaciones opuestas, fantasías entre sí.
La intervención completa (pintura sobre objeto y grafito sobre pintura) sobre
la materia, representa acaso las capas simbólicas que esconden nuestro instinto
y que crean mecanismos de identificación masiva para su consumo.
Iraheta propone convertir el juego
en materia prima, usando juguetes (armas inútiles, superhéroes inmóviles,
animales seriados) como receptáculos simbólicos para trazar un esquema sobre la
programación mental de nuestra cultura, una que tiene plástico hasta las
entrañas y que constantemente se consume a sí misma.
La cajita feliz
Una instalación de Walterio Iraheta
Por Beatriz Cortez
La instalación del artista
salvadoreño Walterio Iraheta titulada La cajita feliz incluye una serie de
juguetes en grafito sobrepoblando una amplia mesa gris. Es el mundo de los
juguetes, con sus contradicciones, su violencia, su imposición de una rígida
construcción del género y su normalización del espacio social. Pero los
juguetes se rebelan cuando toman vida a través de la imaginación de alguien
dispuesto a jugar. Y entonces, pueden revertir su destino de fiscales de la
niñez y pueden engendrar un espacio para soñar.
Como lo señala Giorgio Agamben en un
hermoso texto titulado “El país de los juguetes”, la práctica del juego permite
interrumpir la percepción cronológica del tiempo. Jugando, dice, entramos a un
espacio donde el tiempo se acelera. Cuando jugamos podemos convertirnos en otro
ser, podemos estar en dos lugares al mismo tiempo, podemos lograr que el tiempo
se mueva hacia adelante, hacia atrás o dando saltos en direcciones opuestas. El
juego da rienda suelta a nuestra imaginación, puede funcionar como un medio
para escapar de la lógica del capitalismo. Pues al jugar el tiempo ya no es
oro. Cuando jugamos, nuestro objetivo no es ser eficientes, ni prácticos, ni
completar una labor con rapidez y seguir con la siguiente. Cuando jugamos
repetimos movimientos y labores, hacemos cosas inútiles por el placer de
hacerlas. Como dijo Rossi Braidotti al teorizar sobre los motivos de llevar a
cabo un proyecto, como en este caso, uno juega “por ninguna razón. La razón no
tiene nada que ver con esto. Hagámoslo por las ganas de hacerlo—para merecernos
nuestra época mientras resistimos los tiempos y por amor al mundo” escribió la
filósofa.
Yo tuve la suerte de visitar el
estudio del artista en septiembre pasado y de ver las piezas en proceso.
Entonces vi a los juguetes de colores perdiendo sus identidades bajo un manto
gris. El artista enmascarado le fue arrancando a cada uno su color y lo fue
transformando en una escultura de grafito. Todo un mar gris. Por eso estos
objetos sobre la mesa ya no son juguetes. Son acaso los restos de los juguetes
que alguna vez fueron. Son acaso lo que queda, un testigo silente de una
muchedumbre de niños anónimos que consumieron comida rápida y que luego le
dieron vida a los juguetes con el motor de su imaginación, quién sabe dónde,
quién sabe cuándo. Niños atrapados por el capitalismo en su ración cotidiana de
carne importada, de administración masiva de la vida y la muerte de los animales,
en la explotación de la mano de obra que genera esa comida llena de grasa y
poco salubre en cuestión de minutos, engendrando así una de las calamidades más
grandes de esta época, la obesidad. Es, sin duda, una visión que perturba.
Pero el artista ha sacado estos
juguetes de su baúl, los ha colocado sobre la mesa y los ha transformado en
figuras de color grafito. Por eso ahora los juguetes oscilan entre el mundo que
posibilitaron con la ayuda de la imaginación de una muchedumbre de niños, y ese
mismo mundo que ahora niegan estáticos y grises sobre la mesa, en la ausencia
de los niños. Agamben reflexiona que “una vez el ritual y el juego terminan, ellos,
siendo residuos vergonzosos, deben ser escondidos y guardados porque de alguna
manera constituyen la negación tangible de lo que, sin embargo, han logrado
posibilitar”. Ahora, ya sin niños y sin la imaginación de quien quiere jugar,
estos juguetes que podrían ser poco más que los restos del capitalismo salvaje
saltan de la mesa para remontarnos a nuestra memoria de niños. Y así, intervenidos
por la mano del artista, se mecen y oscilan entre sus diferentes vidas como
símbolos cargados de los males de nuestros tiempos pero también de nuestra ruta
de escape a otro mundo donde todo es posible.
* Beatriz Cortez es artista visual, y
crítica literaria y cultural.
Happye Meal por Rocío Arana
Walterio Iraheta likes
toys. Not just any toys but specifically the kind of toys that come with the
McDonald's Happy Meal. Mass produced in China, the toys are consumed in the
United States and end up in super sized used clothing and goods stores in El
Salvador that source their merchandise from the U.S. In his studio Disney
characters abound--giraffes and monkeys combine to create a Brancusi-referenced
endless column of plastic toys. Behind this endless form of plastic toys are
two giant grey paintings of Teletubbies. The enormous twin figures stand in
monumental silence above the rest of the toys and other objects in the studio.
Below these lie a series of toy guns covered in graphite. Placed in careful
arrangement on the floor, the artist explains that in his upcoming show in Los
Angeles, these will be placed on the wall to give the notion of their
installation in the home of a gun collector. Mixed together here are
"classic" toys that imitate handguns and AK-47s s with futuristic
guns that look like something from the armory of Marvin the Martian. In order
to find his materials, Iraheta spends a great deal of time in the second-hand
stores of San Salvador to find multiple versions of the same exact toy. It is a
lengthy and dedicated process, which draws from a general concern for the
environment that is palpable in the country and not only among artists. A visit
to MARTE-C (Museo
de Arte de El Salvador) reveals a work in the collection by Iraheta that is a
lineup of plastic spray bottles painted in a gradient range from white to dark
grey. Like artists elsewhere in Central America and the Caribbean Iraheta's
work reflects a culture of seeking out discarded materials (often from the
landscape itself) to create new works of art.
Rocío Arana is a curator of Museo del Barrio in NY.
Rocío Arana is a curator of Museo del Barrio in NY.